sábado, 28 de enero de 2012

CULTO AL FRANQUISMO

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     El reciente fallecimiento de Manuel Fraga Iribarne, reliquia del pasado franquista de España, no muy lejano en el tiempo, omnipresente aún en ideologías y modos de pensar y de sentir de muchos españoles, ha causado una auténtica riada de homenajes y panegíricos por parte de sus correligionarios y herederos del partido gobernante. Partido que ayudó a fundar y dirigir, primero como Alianza Popular (AP) y actualmente como PP.

     La muerte del dinosaurio fascista, eslabón vinculante del régimen dictatorial que gobernó o mejor dicho, usurpó los destinos de España y los españoles, ha servido de póstumo pretexto para que, con toda la pompa y fasto que caracteriza a los gobiernos totalitarios, el gobierno de Mariano Rajoy salga a las calles y exhiba indecorosamente, la inclinación real de su ideología reaccionaria y ultraconservadora.

     No uno, sino varios funerales de “estado”, se rindieron al criminal que firmaba sentencias de muerte y mandaba limpiar las calles de elementos subversivos, por que las calles decía, “eran suyas”. Ministro de Franco, cómplice y encubridor de los crímenes de la represión. “Demócrata” advenedizo y arribista, supo ver como ninguno las múltiples posibilidades de un país desangrado y desunido, al que se podía meter el diente sin problemas, sin peligro de que alguien recordara su tenebroso pasado. Excepto, claro está, aquellos a quienes sus acciones causaron terribles daños, dolorosos e irreparables.

     Se le ha despedido como un héroe, como “padre fundador” de la Constitución, casi como un hombre santo, con sacerdotes, obispos y arzobispos presidiendo sus funerales. Con la plana mayor del gobierno en primera fila, ensalzando sus virtudes criminales y desatendiendo el clamor de la calle, libre, que exigía la reparación de los daños causados durante 40 años de dictadura. Y al mismo tiempo que Fraga, al fin reventaba lleno de podredumbre y delitos, se juzga y se persigue al hombre que se ha atrevido a rebuscar en el pasado. Baltasar Garzón, que si bien no es ningún santo y tiene cola que pisarle, se había erigido como última esperanza para hacer justicia a las víctimas de la dictadura.

     Fraga muere impune, en la cama, rico y rodeado de lujos y de su familia, como su jefe “paca la culona”. En ésta triste España, donde se vitorea y se rinde homenaje a criminales, a la vez que se explota y se hunde en la miseria al pueblo para satisfacción de una minoría que se enriquece y se corrompe sin cesar. ¿Hasta cuándo? La respuesta parece clara. Nunca.

EL CIRCO DE CAMPS

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     La sentencia absolutoria al ex-presidente de la Generalidad de Valencia, Francisco Camps, por la falta o delito de cohecho pasivo impropio, pone de manifiesto por enésima vez, la pésima aplicación que de la justicia se hace en España. A pesar de la ingente cantidad de pruebas presentadas, al desplazamiento de testigos desde Madrid a Valencia para dar la cara como buenos ciudadanos y arriesgar su reputación y seguridad, a pesar de la vergonzosa complicidad expuesta entre Camps y el Bigotes, líder de la trama “Gürtel” en Valencia, con todo y a pesar de todo, el jurado popular que tuvo la encomienda de juzgar lo que en el juicio se presentaba, tuvo a bien o mejor dicho, a mal, decidir que los imputados, Camps y Costa, eran inocentes.

     Llama poderosamente la atención que, el jurado popular elegido para el caso, tuvo que pasar por un filtro exhaustivo de la defensa para ser aceptado. Es decir, los ciudadanos que al final fueron elegidos, lo fueron en función de los deseos de la defensa de los acusados. Después de rastrear sus antecedentes sociales, ideológicos, personales, económicos y demás, la defensa se quedó satisfecha con la composición del jurado. También es sospechosamente incomprensible, que el procedimiento para juzgar los hechos, imponga la norma de que para llegar a una decisión condenatoria, sean necesarios 7 votos de los nueve miembros del jurado, mientras que una decisión exculpatoria sólo necesite de 5 votos, con lo que la absolución de los acusados estaba servida.

     El tremendo gasto que ha supuesto el “juicio”, por llamar de alguna manera a éste paripé mediático, para las arcas públicas, es inmenso y, como siempre, son los ciudadanos con sus impuestos quienes sufragan los circos, excesos y demás bufonadas perpetradas por el sistema judicial. Después del fiasco de condena en el caso de Marta del Castillo, el caso de Camps y Costa, absueltos y elevados al Olimpo de los mártires del PP, inocentes de todo cuando se ha demostrado que son unos corruptos mentirosos, deja a la justicia española al mismo nivel que la caja de arena de un gato. Pero lo peor está por venir. Habrá que hacerse a la idea, de ver a éstos pajarracos volver más pronto que tarde a la escena pública. Como bien dijo Rajoy, les están esperando con los brazos abiertos para colocarles en algún nuevo puesto, con cargo al erario público claro. Como dios manda.