El reciente fallecimiento de Manuel Fraga Iribarne, reliquia del pasado franquista de España, no muy lejano en el tiempo, omnipresente aún en ideologías y modos de pensar y de sentir de muchos españoles, ha causado una auténtica riada de homenajes y panegíricos por parte de sus correligionarios y herederos del partido gobernante. Partido que ayudó a fundar y dirigir, primero como Alianza Popular (AP) y actualmente como PP.
La muerte del dinosaurio fascista, eslabón vinculante del régimen dictatorial que gobernó o mejor dicho, usurpó los destinos de España y los españoles, ha servido de póstumo pretexto para que, con toda la pompa y fasto que caracteriza a los gobiernos totalitarios, el gobierno de Mariano Rajoy salga a las calles y exhiba indecorosamente, la inclinación real de su ideología reaccionaria y ultraconservadora.
No uno, sino varios funerales de “estado”, se rindieron al criminal que firmaba sentencias de muerte y mandaba limpiar las calles de elementos subversivos, por que las calles decía, “eran suyas”. Ministro de Franco, cómplice y encubridor de los crímenes de la represión. “Demócrata” advenedizo y arribista, supo ver como ninguno las múltiples posibilidades de un país desangrado y desunido, al que se podía meter el diente sin problemas, sin peligro de que alguien recordara su tenebroso pasado. Excepto, claro está, aquellos a quienes sus acciones causaron terribles daños, dolorosos e irreparables.
Se le ha despedido como un héroe, como “padre fundador” de la Constitución, casi como un hombre santo, con sacerdotes, obispos y arzobispos presidiendo sus funerales. Con la plana mayor del gobierno en primera fila, ensalzando sus virtudes criminales y desatendiendo el clamor de la calle, libre, que exigía la reparación de los daños causados durante 40 años de dictadura. Y al mismo tiempo que Fraga, al fin reventaba lleno de podredumbre y delitos, se juzga y se persigue al hombre que se ha atrevido a rebuscar en el pasado. Baltasar Garzón, que si bien no es ningún santo y tiene cola que pisarle, se había erigido como última esperanza para hacer justicia a las víctimas de la dictadura.
Fraga muere impune, en la cama, rico y rodeado de lujos y de su familia, como su jefe “paca la culona”. En ésta triste España, donde se vitorea y se rinde homenaje a criminales, a la vez que se explota y se hunde en la miseria al pueblo para satisfacción de una minoría que se enriquece y se corrompe sin cesar. ¿Hasta cuándo? La respuesta parece clara. Nunca.
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