martes, 12 de marzo de 2013

CHÁVEZ Y EL CULTO A LA PERSONALIDAD

CUANDO EL HOMBRE SE HACE MITO
 
     La reciente desaparición física del hombre fuerte de Venezuela, Hugo Chávez Frías, comandante del ejército bolivariano y presidente por obra y gracia de un golpe de estado fallido y un indulto truculento, no ha provocado otra cosa que la representación tragicómica de un nuevo capítulo del culto a la personalidad, común y corriente en las dictaduras de corte comunista y dictatorial. Dadas las características de los regímenes tiránicos, donde la figura del líder, del dirigente máximo, del guía ideológico, representa el cúlmen de la vida social y política del estado, no es de extrañar que la muerte de Chávez desembocara en las mesiánicas palabras del heredero del régimen, Nicolás Maduro, en el sentido de que el comandante no había muerto y que aún seguían sus directrices al pie de la letra. Todo ello ante una multitud enfervorizada, contagiada por el virus de tres lustros de poder chavista, entregada por completo al tótem cuasi religioso que representaba el militar golpista.
         
     Pero lo que ha derramado el continente del asombro, ha sido la decisión de Maduro de embalsamar el cadáver de Chávez, de mantenerlo "vivo" para la posteridad y exhibirlo en una urna de cristal, al puro estilo de otro líder comunista Vladimir Ilich Ulianov, mejor conocido como Lenin, quien murió en 1924 y desde entonces ha sido exhibido en un mausoleo de la Plaza Roja de Moscú. O el mismo Iossif Vissariónovich Dzhugashvili, mejor conocido como Stalin, fallecido en 1953, aunque fué después defenestrado por Jruscheff  y retirado del lado de Lenin. O Gueorgy Dimitrov, búlgaro, presidente de la internacional comunista y fallecido en 1948. Klement Gottwald, presidente de Checoslovaquia. Ho-Chi-Minh, presidente de Vietnam, Agostino Neto, presidente de Angola. Mao-Tse-Tung, presidente de China. Los Perón, Juan Domingo y Eva, Ferdinando Marcos, presidente de Filipinas, etc. Y más recientemente, el líder norcoreano Kim-Jong-Il. Todos ellos, líderes y guías de regímenes políticos dictatoriales y populistas al mismo tiempo, que jugaron con las esperanzas e ideales de sus pueblos, por una vida mejor y más justa que no alcanzó a materializarse jamás y que representan los ejemplos más conocidos del culto a la personalidad de unos líderes de masas. Seguidores de la utopía comunista, basada en la igualdad de todos los miembros de la sociedad y que terminaron por corromperse, la mayoría, perdiendo la batalla ante el poder del dinero y del sistema capitalista.
 
     Lo que viene a continuación para Venezuela, si nadie lo impide, es un periodo de transición e inestabilidad sociopolítica, todo ello en el marco de una nación carcomida por la violencia y la corrupción, donde el delfín designado por el tirano, Maduro, competirá por mantenerse en el poder con el candidato opositor, Capriles, quien cuenta con las simpatías del 45% del electorado venezolano. Las elecciones están ya convocadas y los candidatos igualados. Falta por ver si el fantasma embalsamado de Chávez, es lo bastante influyente para decantar la balanza en favor de su heredero y la continuidad de la revolución bolivariana.

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