lunes, 9 de mayo de 2011

BUROCRACIA DESTRUCTORA

burocracia-11
EL CALVARIO ADMINISTRATIVO
     Cualquier ciudadano que haya tenido la necesidad de realizar un trámite cualquiera, renovación del DNI, pago de contribuciones o la simple petición de información en una oficina de la administración pública, sabrá la odisea que representa el ser atendido en el requerimiento que solicite, no digamos ya en lo que se refiere a la tramitación de asuntos fiscales y hacendarios cuando la aventura adquiere tintes de tragedia griega. La tiranía que desde los despachos públicos se ejerce contra los ciudadanos, se ve aumentada sustancialmente por la irrupción de leyes, reglamentos, normativas y componendas varias, incomprensibles y que van contra todo el sentido común, complicando cada vez más, la de por sí poco eficiente administración pública.
     Quienes más padecen los excesos de tales actuaciones son los emprendedores, los pequeños y medianos empresarios, los que aún tienen ilusiones y ganas de emprender algún negocio, de abrir una tienda, un bar, una frutería, etc. Antes de que la idea gestada en sus cabezas se materialice, de que las fuerzas acumuladas durante meses para la diaria batalla laboral se agoten, antes incluso de vender una camisa o servir una copa en  su negocio, el ilusionado emprendedor se topa con la implacable maquinaria burocrática de la administración local, autonómica y del estado, en ese orden, para colocar los obstáculos necesarios para obstruir el camino y ralentizar la consecución del objetivo.
     Proyecto de negocio, alquiler y adecuación del local, que incluye insonorización, rampas para discapacitados, evaluación medioambiental, permisos de apertura, pago de impuestos municipales, autonómicos, estatales y europeos, tramitación de licencias y cumplimiento escrupuloso, en ocasiones hasta límites kafkianos, de los lineamientos y normativas de la administración, donde diez centímetros que no cuadren de una cristalera o la mala leche de un inspector trasnochado, significan la apertura o no, de una pequeña empresa. Si por ventura, el todavía iluso aspirante de empresario logra sortear éstas trabas, aún le queda esperar por la decisión del responsable de turno, lo que puede llevar meses y quizás hasta un año.
     Y mientras el encargado de conceder el permiso de apertura se lo toma con calma, los gastos y desembolsos se acumulan, a la vez que los ingresos brillan por su ausencia. Lo que inició como un sueño para progresar económica y familiarmente, se convierte en pesadilla. La ilusión inicial se convierte en desánimo. Por fin, el ansiado permiso de apertura llega y el novel empresario abre las puertas de su negocio y se pone a trabajar. A sobrevivido al infierno burocrático. Pero como a Dante, aún le queda por visitar algunos círculos más de éste infierno. Le queda asistir, impotente, a que el gobierno se quede con la mayor parte de sus ingresos, a que le crujan a impuestos a las primeras de cambio, a que le multen por retrasarse un día en presentar su declaración, a que le impongan horarios, a que le obliguen a rotular en tal o cuál idioma y un largo catálogo de perradas más.
     Ahora el nuevo empresario, desengañado y con el hígado reventado por la rabia, se lamenta por haber elegido mal y abrir una tienda, en lugar de montarse una ONG o un partido político, que tienen subvenciones y no pagan apenas impuestos.

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