EL MITÓMANO IN FRAGANTI
El presidente de gobierno de España, Mariano el "Rajao", el primero de su nombre, tiene la difícil misión de engañar nuevamente a los ciudadanos, a la sociedad al completo, intentar que nuevamente traguen con la trola que salga de sus labios. Pero como al infelíz zagal de la fábula, ése que llamaba continuamente a los pastores y labriegos en su ayuda, asegurando que venía el lobo a por sus ovejas, no hay nadie, o casi nadie, que se crea una más de sus mentiras. El oscuro registrador de la propiedad, el notario que se ufanaba de haber sacado las oposiciones para después dar el salto a donde está el dinero de verdad, donde se ejerce el poder omnímodo e impune, ahora se encuentra entre la espada y la pared. Uno de sus capitostes, Luis Bárcenas, le ha hundido la carrera.
Si el caso de Camps en Valencia, con sus continuas estupideces y meteduras de pata, además del asunto de Matas en Baleares y el sumidero de escoria que es la trama Gürtel, no han podido derribar el ascenso metórico del PP, más por la inercia de la caída del PSOE, los sobresueldos del Partido Popular amenazan con dinamitar, la ya de por sí vacua figura y la legitimidad de un presidente sin personalidad ni peso específico. Rajoy es uno de esos "tontos útiles", que tan a menudo aparecen en la escena política, para comerse el marrón de otros caimanes mas astutos e implacables. Rajoy se está comiendo los marrones dejados en sazón por Aznar, quien no fue imbécil y escurrió el bulto a tiempo, antes de que la burbuja inmobiliaria que él creó, le estallase en los morros con las consecuencias que ya conocemos.
Rajoy alcanzó el ambicionado cargo de presidente del gobierno, a la tercera y por la casi incomparecencia del partido opositor, lastrado como estaba por su pésima gestión y la nula personalidad de Rubalcaba. Acudió con un programa espurio, mañoso y demagogo. No paró en ocho años de vocear el mantra de que, en cuanto él y solo él llegase a la presidencia, todos los males de España se esfumarían por arte de magia. Como oráculo se muere de hambre, pero como mentiroso consuetudinario se lleva las palmas. Si mentir fuera delito, seguramente Rajoy estaría en la mira de Gallardón, tan aficionado él a inventarse castigos y leyes punitivas originales y languidecería lentamente en el fondo de alguna mazmorra de Alcalá-Meco. Las pruebas de sus mentiras están por todas partes y paradójicamente, será una de las menos dañinas, la que sepulte su insignificante carrera política.
Decir que no cobró, cuando su nombre aparece al lado de anotaciones de su tesorero, es tan sumamente bobo y estúpido, como querer demostrar que no hubo contabilidad B haciendo auditoría de la contabilidad A. Finalmente sus mentiras le han regresado y con intereses. Finalmente le ha visto las orejas al lobo y ésta vez la fiera lupina viene a devorarlo, saliendo incontenible de dentro de un sobre sin remitente ni sellos. Y lo peor, es que no hay pastores ni labriegos que vengan a salvarlo.
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