LOS REALES PARÁSITOS
Las palabras de Pere Navarro, miembro de la ejecutiva del PSC, en el sentido de que el rey debe abdicar en el príncipe para que éste lidere una "nueva transición", ha sentado como balde de agua fría en las altas esferas políticas y financieras del país. A pesar de que el dirigente socialista no indica que la monarquía debe terminar, sino solamente cambiar de testa coronada, poco han tardado los monárquicos de "pro" y los monárquicos por conveniencia, en salir a vociferar que Navarro es un irresponsable, un bocazas, que no es momento de señalar a la casa real, que sí ésto o aquello. Lo normal vamos, cuando se toca la sacrosanta institución de la monarquía borbónica. Pero lo dicho por Navarro, no es ni por asomo, comparable con lo que piensa y dice una gran parte de la ciudadanía española, harta de que en España perviva una lacra del pasado, un anacronismo medieval, que supone una afrenta para millones de personas que creen en la democracia, y que no comulgan con la circunstancia de que una familia de pretendida sangre azul, viva con todo tipo de lujos y privilegios a costa del sudor y sacrificio de todo un pueblo, que encima soporta una de las mayores crisis económicas de la Historia moderna.
La corrupción y porquería, acumulada durante los últimos cuarenta años y que sale por las alcantarillas de la Zarzuela inundándolo todo, mantiene en jaque a la figura del rey, quien intenta por todos los medios aferrarse al trono esperando que pase la tormenta y poder así pasarle el testigo a su real y parásito vástago, con la intención de que los borbones sigan amorrados a la teta del estado. Las últimas noticias, demuestran la intervención del rey en los negocios de Urdangarían, vía su testaferro García Revenga, su participación en agilizar presentaciones y abrir puertas de despachos para que su yerno accediese a los dineros de los ciudadanos, no bastándole con la inmensa fortuna acumulada en decenios de actuar como "conseguidor" para las grandes empresas, ni recibir millones de euros públicos como "sueldo", por vestirse de payaso con medallas y presidir actos, desfiles, reuniones, cenas y bailes, donde recibir a las cúpulas mafiosas que hacen negocios en España.
Los borbones son herederos del franquismo y los primeros en aprovechar la inercia derivada de la transición, compinchándose con la clase política disfrazada de democracia, para repartirse alegremente el país en forma de autonomías, quedándose ellos con la jefatura del estado para seguir viviendo del cuento y sin dar un palo al agua, haciendo oídos sordos a las necesidades del pueblo al que dicen representar, mientras desfilan por alfombras rojas y lucen elegantes vestidos y joyas, sonriendo y departiendo al más puro estilo de una familia de gángsters. Pero ahora tienen miedo. Temen a que la capacidad del Pueblo para recibir putadas, esté llegando a su límite. A que sus desvergonzadas e impunes correrías, terminen por desbordar la cloaca en la que tienen asentado el trono. No es baladí, que los distintos gobiernos que pasan por la Moncloa, eviten a toda costa aceptar un referéndum sobre la continuidad de la monarquía. No quieren que el Pueblo soberano manifieste su repudio, su hartazgo, por una familia que no se representa sino a sí misma. En vano suenan las voces de políticos, empresarios y periodistas, lameculos todos, en sentido de que no hace falta convocar el referendo. Saben de sobra, que el respaldo popular a la casa real es frágil y circunscrito a una pequeña capa social, formada en su conjunto por personas sin escrúpulos que medran a la sombra de la corona y por otras tantas personas, incultas e ignorantes, que se ven a sí mismas como siervos y sirvientes, lobotomizadas por el interviú y el sálvame.
Ahora es el momento del Pueblo, el momento para sacudirse de encima a una casta parasitaria y explotadora, el momento de recuperar la dignidad perdida y construir una verdadera democracia. De echar de las poltronas a la pandilla de delincuentes que se atrinchera en los congresos, en el senado, en la Moncloa y en la Zarzuela. Este es el momento. O lo aprovechamos, o no volveremos a tener una oportunidad como ésta en los siguientes cien años.
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